Grelda fue a dirección. Lloraba desconsoladamente. La directora la recibió con una sonrisa y un guardapolvo blanquísimo, era muy alta y con el pelo negro, muy oscuro. Buscó algo por unos momentos y apareció con una caja repleta de sellos de animales, tomó a Grelda de la mano y comenzaron a caminar. Grelda estaba más tranquila, puso la caja bajo su brazo y la apretó contra sus costillas. Caminó de la mano de la directora mientras miraba su propio reflejo en las baldosas del colegio, relucientes. Cruzaron la dirección y dieron a un patio interno muy iluminado, con tres puertas y tres aulas detrás de cada puerta, los séptimos grados, los más grandes. Grelda entró junto con la directora a una de las aulas y sintió una treintena de miradas que se depositaban sobre ella; la miraban como se mira a una niña de seis años que está completamente turbada, como un pequeño pollitos. Grelda se dirigió junto con la directora al pupitre principal, la directora acercó una silla más al escritorio y sentó en ella a Grelda, que abrió la caja de sellos y olvidó instantáneamente las treinta miradas, la directora, el aula, el colegio, la madre y estampó los sellos, descubriendo animales y más animales y combinaciones de elefantes y jirafas, cebras y venados...
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